"El camino
de Granada a Motril es sumamente pintoresco, pues después de pasar por
el tan renombrado Suspiro del Moro, se interna la carretera en las
sierras, de donde nacen las Alpujarras y Sierra Nevada".
En la prensa madrileña de 1884
El Valle de Lecrín da
nombre a la comarca de la vertiente suroccidental de Sierra Nevada que
se extiende desde la alta sierra granadina hasta la Sierra de los
Guájares, por un lado, y desde el Suspiro del Moro hasta Izbor, por
otra. En este valle es aún patente la huellla musulmana; a los moriscos
se les trató de forma suave tras la toma de Granada y siguieron
practicando su religión, usos y costumbres. Y esto se nota en la
arquitectura de sus pueblos, en sus bancales y acequias, el cultivo de
cítricos, olivos y nísperos, sus alquerías y atalayas, e incluso en su
rica gastronomía. Nuestra amiga Concha, que aunque vive en El Cuervo de
Sevilla es natural de Pinos del Valle y tiene allí a su familia, nos
invitó a conocer su tierra, sus caminos y, como no, sus gentes. Y allí
que nos fuímos un fin de semana en el que aprovechamos al máximo la
primavera granadina, recorriendo varios de sus pueblos (uno incluso
abandonado), algunos parajes históricos, varios senderos en torno al
agua y disfrutando con la hospitalidad y generosidad de sus gentes.
El histórico Puente de Tablate
(hay dos puentes mas recientes: el que se ve arriba, de la nueva
carretera a Lanjarón y otro intermedio, desde el que hicimos la foto,
construido con el nuevo camino del siglo XIX) se eleva 100 m. sobre el
lecho del barranco que le da nombre. De origen nazarí se considera la puerta de entrada a las Alpujarras.
Pedro Antonio de Alarcón, tras su viaje alpujarreño de 1872, describía así su impresión del lugar: "El terreno se angostó al poco rato, formando una profunda garganta, y minutos después pasamos el imponente y sombrío Puente de Tablate, cuyo único, brevísimo ojo, tiene nada menos que ciento cincuenta pies de profundidad. El Tablate, más que río, es un impetuoso torrente que se precipita de la Sierra en el Río Grande, abriendo un hondísimo tajo vertical, tan pintoresco como horrible. Aquella cortadura del único camino medio transitable que conduce a la Alpujarra, es una de las principales defensas de este país, su llave estratégica, el foso de aquel ingente castillo de montañas".
Pedro Antonio de Alarcón, tras su viaje alpujarreño de 1872, describía así su impresión del lugar: "El terreno se angostó al poco rato, formando una profunda garganta, y minutos después pasamos el imponente y sombrío Puente de Tablate, cuyo único, brevísimo ojo, tiene nada menos que ciento cincuenta pies de profundidad. El Tablate, más que río, es un impetuoso torrente que se precipita de la Sierra en el Río Grande, abriendo un hondísimo tajo vertical, tan pintoresco como horrible. Aquella cortadura del único camino medio transitable que conduce a la Alpujarra, es una de las principales defensas de este país, su llave estratégica, el foso de aquel ingente castillo de montañas".
Y ya que estamos aquí nos acercamos a visitar el pueblo abandonado de Tablate. Esta es la calle Real, con casas a un lado y la iglesia y su cementerio anejo en otro.
Tablate es una muestra magnífica de cómo era un pueblo en la primera parte del S. XX. Actualmente la mayoría de sus casas presentan un avanzado deterioro. Estuvo todo habitado hasta los años 50 del siglo pasado. En los años 60 empezó a perder población hasta que en los 90 se fue la última familia. Cuenta la historia que este pueblo lo poblaron agricultores y pastores gallegos en sustitución de los moriscos expulsados tras varias rebeliones contra los "infieles" venidos de Castilla.
Tablate es una muestra magnífica de cómo era un pueblo en la primera parte del S. XX. Actualmente la mayoría de sus casas presentan un avanzado deterioro. Estuvo todo habitado hasta los años 50 del siglo pasado. En los años 60 empezó a perder población hasta que en los 90 se fue la última familia. Cuenta la historia que este pueblo lo poblaron agricultores y pastores gallegos en sustitución de los moriscos expulsados tras varias rebeliones contra los "infieles" venidos de Castilla.
Interior de la iglesia, que ha sido claramente expoliada, y que aún conserva un bello artesonado mudéjar.
El horno de pan, que debió ser comunitario, queda a un lado de la calle que bajaba a las huertas.
Dos detalles: la puerta de un palomar encastrada en el exterior y un ventanuco abierto en un grueso muro.
Estancia para animales, bien conservada, con su techo de troncos y cañizo.
Interior de una humilde casa con la chimenea y paredes con innumerables capas de cal.
Dormitorio, con su cama de madera y somier de alambre.
Vista arriba en el estrecho patio de una casa de Tablate.
La casona mas grande tiene en su trasera los restos de un molino de sangre para extraer aceite.
Salón de una casa con mas poderío. Con chimenea y dos chineros a cada lado.
Hueco de escalera aprovechado como despensa.
El azul añil, que nos recuerda el color de pueblos rifeños, aparece en algunas paredes de casas de Tablate.
Tablate
se quedó sin agua, para su amplia alberca de tierra que alimentaba
fuentes y huertas, cuando se construyó la nueva carretera de Lanjarón.
El amplio corte en la ladera de la sierra deshizo las acequias que
bajaban el agua desde Sierra Nevada. El pueblo se secó, literalmente, y
sus vecinos lo fueron abandonando, poco a poco, marchando a otros
pueblos del Valle de Lecrín o de las cercanas Alpujarras.
Otro de los pueblos que visitamos: Ízbor, el mas al sur del Valle.
Por
un camino que llega al pueblo se acerca este señor cargado con
productos de su huerta. Resultó ser un amigo de la familia de Concha y
con él hablamos, un buen rato, sobre el Ízbor de hoy y el de antes.
Restábal, que fue municipio independiente hasta 1972, cuando se fusionó con otros pueblos cercanos en un solo municipio llamado El Valle; desde entonces ostenta la capitalidad municipal.
Melegís,
que fuera, aunque durante breve tiempo, residencia de la corte nazarí y
por tanto capital del Reino de Granada. En la foto su iglesia con el olmo de quinientos años que le da un aire castellano a la plaza.
Por las calles de Melegís.
Fuimos a Murchas con la idea de visitar el Castillo de Lojuela (o de La Hojuela, según que texto).
Murchas.
Al Castillo de Lojuela
no llegamos; la mala señalización nos llevó por otro camino hasta un
profundo barranco que nos separaba de él, pero al menos pudimos hacerle
esta foto.
Y esta es una vista de Pinos del Valle, nuestro lugar de residencia gracias a la hospitalidad de la familia Mingorance. Arriba del cerro puede verse la blanca Ermita del Cristo del Zapato (de curioso nombre y curiosa historia, que luego conoceremos), donde subimos para disfrutar de sus vistas.
Calles de Pinos del Valle.
El "santero" tuvo a bien enseñarnos la Iglesia de la Inmaculada, en el barrio bajo de Pinos del Valle.
El señor nos enseñó cada detalle y secreto de su iglesia.
Camino del barrio alto.
En el barrio alto queda la Ermita de San Sebastián, mas grande incluso que la iglesia anterior, donde se venera la imagen del Cristo del Zapato.
El Cristo del Zapato, que cuenta con una singular historia o leyenda:
al parecer los devotos de la imagen hicieron una colecta para
comprarle unos zapatos de oro en agradecimiento a los muchos favores
recibidos. Le calzaron los zapatos y entre los allí presentes se
encontraba una pobre viuda, que oraba pidiéndole ayuda para alimentar a
sus hijos. El cristo escuchó su oración y se despojó de uno de sus
zapatos depositándolo sobre el cáliz; intentaron retirarlo y solo pudo
hacerlo la pobre viuda. Todos entendieron el mensaje: lo que deseaba el
señor era socorrer a esa mujer y así lo hicieron. Desde entonces le
llamaron Santo Cristo del Zapato.
Y
una de nuestras excursiones fue subir al Cerro de Chinchirina, en cuya
cumbre se encuentra la Ermita del Cristo del Zapato. Partimos a pie
desde los antiguos lavaderos de la Fuente del Juncal.
Una
subida dura, por lo pendiente y por no dar tregua, pero que se puede
hacer en una hora. A medida que tomamos altura las vistas se
engrandecen. En el fondo del valle el embalse de Béznar.
En la subida encontramos este escarabajo: Alphasida solieri escalerai. Una especie endémica del sur de Sierra Nevada y Alpujarras. Nos recuerda a Alphasida gaditana,
y es que estos bichejos con tan poca movilidad (no tienen capacidad
para volar) se han ido aislando y acondicionando al hábitat hasta
convertirse en especies diferenciadas y endémicas.
Ultimo tramo antes de llegar a la ermita. De fondo la vertiente suroeste de Sierra Nevada.
Marian disfruta con las vistas, que en lo mas alto llegan al Cerro del Caballo, el tres mil mas al sur de Sierra Nevada.
Panorámica desde el Cerro de Chinchirina (1.066 m.), con la Ermita, el Valle de Lecrín y Sierra Nevada.
En la estrecha terraza de la ermita, foto del grupo de amigos y familia que hemos disfrutado este fin de semana en El Valle.
Y toca bajar de nuevo a Pinos del Valle.
Abajo nos espera esta fenomenal merienda con productos del Valle. Tortas hechas en horno de leña y untadas con mermelada casera de níspola (también vale para desayunar).
Otra ruta a destacar en torno a Pinos del Valle es el Sendero de Alauxa, que nuestra querida guía Concha alargó hasta el manantial de Zaza.
Alauxa debió
ser una antigua alquería, ya desaparecida, de la que ha perdurado el
nombre. El camino sube desde el embalse a Pinos del Valle entre huertos,
olivares, acequias, fuentes, albercas...
Es ideal para observar la flora de la zona, rica en endemismos nevadenses y alpujarreños. O especies de Andalucía oriental y Levante, como este cardo lechero (Carthamus arborescens).
Sarcocapnos enneaphylla, una belleza de planta que vive exclusivamente colgada en paredes rocosas. La encontramos en el Tajo de la Cuevas.
Pili, Natalia y Marian por el cómodo sendero.
Bichejo por identificar.
Ya en el camino de Guájar-Faragüit, que nos llevaría a Zaza encontramos esta curiosa planta crucífera: Lunaria annua. De flores color púrpura y amplios frutos que al trasluz dejan ver sus pocas semillas, con cierta forma de espermatozoide.
Bonita flor la de esta malva Lavatera marítima, considerada rara y que no hemos visto en nuestra provincia.
Antes de llegar al manantial nos desviamos para ver este acueducto de una antigua acequia. Algunos estudios datan este arco de época romana y llaman la atención los grandes bloques de travertino que lo cubren.
Manantial de Zaza, de frescas agua que, en su día, movían un molino harinero y que aún riega huertas desde su nacimiento hasta Ízbor.
Cerca del manantial se encuentra, bien conservada y todavía habitada, una casa de peones camineros. Una reliquia de otros tiempos.
El manantial permite que algunos cítricos, como este pomelo, lleguen a este tamaño.
Para llegar al mismo nacimiento de Zaza subimos por estas tradicionales paratas
donde se cría el olivar. Estos bancales se mantienen limpios de hierbas
para facilitar la recogida de la aceituna, que en esta comarca no se varea, sino que se espera que caiga madura y luego se coge del suelo.
Haplophyllum rosmarinifolium,
una planta de bellas flores, hojas con aspecto de romero pero mal olor.
No la habíamos visto, aunque hay citas en Cádiz de hace casi un siglo
(Pérez Lara J.M.). Está incluida en la Lista roja de la flora vascular de Andalucía, categoria Vulnerable.
Solo nos queda decir: Gracias a Concha y a toda su familia, que nos trató como a unos amigos de toda la vida.
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