"Delectando pariterque monendo" Horacio

11 oct 2018

Entre menhires y garbanzos


 "Estos monumentos megalíticos cumplían una clara función, la de hito terrritorial a modo de documento público de propiedad de la tierra ocupada desde hacía varias generaciones; quedando demostrado por su ubicación en zonas visibles y próximas a tierras fértiles y con un importante potencial productivo".
     Colin Renfrew (n.1937) arqueólogo británico

 La campiña sur de Badajoz es una comarca a la que nos gusta ir de vez en cuando. Gracias a que nuestros amigos Carmela y Antonio mantienen allí la casa de los abuelos extremeños, solemos pasar allí unos días al año y siempre tenemos lugares y parajes que conocer. Nunca se puede decir de un sitio que ya lo hemos visto todo. En esta ocasión hemos organizado una ruta por los aislados menhires que se reparten entre los campos de labor y cerros incultos en torno al río Ardila. 

 Llegamos al anochecer a Fuente de Cantos y nos apetece dar una paseo por sus encaladas calles.

 En Fuente de Cantos nació Zurbarán, uno de los grandes pintores españoles y con una conexión histórica con nuestra ciudad (Jerez), ya que pintó los cuadros para la Cartuja jerezana.

 Callejas blancas a primera hora de la mañana. Vamos a su coqueta plaza de abastos. Nos gusta visitar y comprar en los mercados de los pueblos.

 Iglesia de Ntra. Sra. de la Granada.

En un muro lateral de la iglesia podemos ver marcas de canteros y hasta una ara romana reciclada. 

 Ermita de la Aurora.

 Nos llama la atención como muchas calles del entorno de la iglesia principal los bordillos de las aceras son de mármol.

 Curioso y antiguo cartel en azulejos de Nitrato de Chile. Fue una publicidad muy popular en la España agrícola del siglo pasado. Este abono se importaba desde las minas chilenas de Antofagasta hasta que Noruega decidió fabricar nitrato artificial, más barato y cercano, acabando con la hegemonía mundial del abono chileno.

 Por cierto, en un pueblo cercano a Fuente de Cantos también vimos este singular anuncio de una bodega portuense (con azulejos de la desaparecida fábrica "Mensaque Rodríguez y cía." de Triana). El cartelito de Telégrafos tampoco se queda atrás en años.

 En el mercado compramos, entre otros productos de la tierra, estos garbanzos del cercano pueblo de Valencia del Ventoso. Se trata de una variedad autóctona y exclusiva de la zona, y con mucha fama a nivel regional. Como particularidad tienen la piel finísima, son muy buenos de comer y están en proceso de conseguir una indicación geográfica protegida.

 Francisco Donoso, un agricultor que cultiva con mimo estos garbanzos cuenta muy bien sus peculiaridades: "Los garbanzos de Valencia del Ventoso son famosos porque se crían en un suelo arcilloso que aguanta la humedad y apenas sin yeso. Necesitan poco tiempo de cocción y llegan al plato sin piel. Y lo que es más importante, se les pega la pringá. Cogen el sabor del cocido". El presidente de la cooperativa dice: "No se puede competir en precios con los de México. Incluso con el incremento del transporte, se venden más baratos que los nuestros. Pero hay gente a la que no le importa pagar un poco más si le vendemos calidad. El cultivo de esta leguminosa resulta muy complejo. No es tan sencillo como plantarlo entre San Blas y San José y recogerlo en julio. Los riesgos de que se rabien -los mate el hongo- son constantes. El famoso refrán de que solo quiere agua al nacer y al cocer tampoco se cumple siempre". El ingeniero de la cooperativa concluye: "Se puede hablar de un cultivo casi ecológico. Los agricultores evitan los tratamientos para no encarecer la producción y se plantan en parcelas pequeñas, de fácil manejo, aunque muy vulnerables. En primaveras lluviosas se descontrolan las malas hierbas entre las matas y se multiplica el riesgo de rabia. Raro es el año que no se pierde alguna parcela por la humedad. El garbanzo merma nutrientes al suelo, por lo que conviene plantarlo cada tres o cuatro años sobre una misma tierra. Por eso solo llegamos a un mercado muy local, a gente de la zona o de Extremadura. El miedo es que ese afán por crecer merme la calidad. No todas las parcelas rinden por igual y comer de los garbanzos no es fácil". (extractado del diario Hoy, julio 2018).

 Uno de lo dulces típicos de la zona son estos "gañotes". Masa frita y enmelada que no se parece mucho a los "gañotes" de la Sierra de Grazalema. Este confitero de la plaza de abastos de Fuente de Cantos nos sacó esta bandeja -recién hechos- para retratarlos mejor.

 En estas tierras, tan dadas al ganado bovino, todavía se pueden encontrar anuncios como este.
 
 El plato más típico de Fuente de Cantos es la chanfaina, un guiso a base de casquería de cordero; recuerdo de comida tradicional de pastores, cuando estos solo tenían derecho a las partes menos nobles del animal.  
 
 Cerca de Fuente de Cantos, casi en Zafra, queda Puebla de Sancho Pérez. Un pueblo donde casi hay más bodegas que bares. En la imagen labores de limpieza, tras un día de recepción de uva para prensar, en una pequeña bodega familiar.


El vino de pitarra (normalmente elaborado en pequeñas bodegas) está en estos días de octubre en plena faena de vendimia y prensado de la uva. Compramos un pitarra "embocado", un vino con un toque de mistela que lo hace más suave a paladares -como el nuestro- poco habituados al pitarra seco. En la foto una mesita de cata donde nos dieron a probar los vinos de la bodega familiar Cordero Guillén. 

En Puebla de Sancho Pérez fuimos -aparte de comprar vino- a conocer la plaza de toros más antigua del planeta.

Está adosada a la ermita de Belén y es de planta rectangular.

La grada principal coincide con el muro de la ermita, donde un gran ventanal permitía a los frailes dominicos (fue convento) ver los festejos. El santero que nos enseñó el lugar tuvo a bien abrirnos todas las puertas de la ermita y contarnos su historia.

 Esta es la virgen de Belén, que apareció allí en el s.XV. Está tallada en un solo bloque de alabastro blanco crema (solo tiene pintados los ribetes de la ropa, las caras y las manos). El niño tiene cara de hombre, siguiendo los dictados teológicos del medievo. Este hormúnculo tiene su origen en la idea de que cuando Jesús nació ya estaba perfectamente formado y, por tanto, su rostro nunca fue el de un niño. Con el Renacimiento llegaría la belleza a los rostros religiosos.


Y tras varias curvas por carreteras secundarias estamos en Valencia del Ventoso.


 
Castillo de la Encomienda.


Construido por la Orden de Santiago en el s.XV y recientemente restaurado.
 
Valencia del Ventoso está en el  "Camino de Santiago del Sur" y cuenta con refugio para peregrinos.
 
Justo bajo el castillo se encuentra la Fuente Abajo. Cuenta con un pilar cuadrado de cantería. El segundo pilar es un menhir de más de cuatro metros, tumbado y vaciado por un lado. No se sabe su ubicación original pues lleva ahí desde tiempos inmemoriales. Es el menhir más conocido y accesible -obviamente- de Valencia del Ventoso. Para ver otros hay que irse al campo.  


Salimos de Valencia por estrechas carreteras y polvorientos caminos entre campos de garbanzos, cereal y barbecho.


Nos dirigimos al sur, a la Dehesa de Tudela.


Un porquero nos indica que vamos bien encaminados para nuestro siguiente menhir: "Debe tener su historia esa piedra, viene gente a verla. Yo hace tiempo que no me acerco, pero está por ahí".


Este muro o pared de piedra seca es nuestra referencia.


Este es el Menhir de la Palanca del Moro. Mide más de 3 metros y está tumbado y reciclado en este muro que divide la dehesa. Su lugar original está documentado y se sabe que un tractor lo remolcó hasta donde está hoy para reforzar el muro de piedra. Asignar al tiempo de los moros cualquier vestigio era muy común en la península. Los moros fueron el último pueblo foráneo que pasó por estas tierras y todo lo viejo o antiguo era de su fábrica. Lo de "palanca" también viene de la forma fálica del menhir, muy fácil de comparar con los atributos que tradicionalmente se creía "gastaban" aquellos que llegaron desde el otro lado del Estrecho.  

Aunque todo está seco por falta de lluvias podemos ver alguna planta verde como este espino de púas amarillas: Xanthium spinosum, comúnmente conocido como arrancamoños o agarramoños.

El estramonio (Datura stramonium) es otra planta verde a la que el ganado no le mete el diente por su alta toxicidad.

Bonitas flores de azafrán bastardo (Colchicum lusitanum).

El río más importante del municipio es el Ardila, afluente del Guadiana que se junta con éste cerca del embalse de Alqueva (Portugal) y nace junto al Monasterio de Tentudía.

En la orilla encontramos la cabeza y pinzas del ejemplar más grande que hemos visto de cangrejo de río americano (Procambarus clarkii). Especie invasora.


Y posado en un junco esta bonita libélula, o caballito del diablo, de tonos metálicos y color rosado. Un color que nunca habíamos visto en un odonato. Nuestro amigo Arturo Bernal nos ha comentado que se trata de una hembra inmadura de Ischnura graellsii.

Menhir del Lagarto. Con una altura de 3,65 metros está situado muy cerca del cauce del Ardila y formando parte, aunque todavía en pie, de una pared de piedra. El apelativo de "lagarto" viene por el parecido con la cabeza erguida de un gran saurio. Aunque también tiene un forma fálica evidente.

Bajo el menhir vimos este ramillete de campanillas de otoño (Leucojum autumnale).

Y gracias a la humedad del río florecía una importante población de Epilobium hirsutum.

Zarzamoras en su punto de madurez (Rubus ulmifolius).

Una señal de tráfico cada vez más difícil de encontrar. Aunque esta se ve casi nueva, se sigue manteniendo la figura del tren -puede que desde hace un siglo-. Algún día cualquier joven no reconocerá de qué máquina se trata.

El mapa dice que vamos por una carretera pero no vemos asfalto por ningún lado. Cruzamos una vía por un paso a nivel sin barreras. Esta es la línea 73 Huelva-Zafra, de ancho ibérico sin electrificar. Pasa un tren i/v tres días a la semana que tarda 3 h. y media.

Aquí las chumberas no están atacadas por la cochinilla y tampoco parece que gusten de comer higos.

Esta calabaza ha saltado el muro de piedra y se ha salido del huerto.

Una vid con aspecto de árbol y cargada de racimos.

Tras varios kilómetros de pista por fin vemos como se recorta sobre un cerro nuestro siguiente menhir.

Menhir del Rábano (2,75 m.)

El Menhir del Rábano nos parece el menhir perfecto. Por su forma -fálica-, su ubicación -en un otero- y su simbolismo: rodeado de campos de labor como señal de la fecundidad de la tierra.



Comparativa de algunos menhires citados en "Una contribución al megalitismo en Extremadura: dos nuevos menhires en la cuenca del Ardila. Domínguez de la Concha y otros. Rev. de Estudios Extremeños, 1996". 

 
Si el lugar no se protege -la tierra se sigue labrando alrededor del menhir- este podría acabar cayendo y romperse (aunque es de duro granito). En su entorno quedan piedras más pequeñas que pudieron marcar un círculo (¿cromlech?) alrededor del monolito.

 
Cerca del menhir podemos ver dos bujardas. Una más cerca que se cae y la del fondo con un corral para ganado. La bujarda es un chozo tradicional de piedra, típico de Extremadura. Fueron refugio para pastores construidos con piedra del lugar; cantos en las paredes y lajas para formar la falsa bóveda con una abertura central, la justa para que saliera el humo. 

En el paseo nos da tiempo de fotografiar algún bichejo. Como este saltamontes (Dociostaurus jagoi ocidentalis) que se refugia en un cardo.


O esta Mantis religiosa que, por su abultado abdomen, seguro está buscando un buen lugar para poner su ooteca.


 El Ayuntamiento de Valencia del Ventoso ha solicitado, este mismo año, que esta singular colección de megalitos que denominan como "Menhires del Ardila" sea declarada Bien de Interés Cultural. A nosotros nos quedaron por ver dos menhires más de este conjunto: el "Menhir de la Pepina" y el "Menhir de los Tres Términos". Ambos son los más aislados de caminos y necesitan una buena excursión para llegar a ellos. Los tenemos anotados para la próxima visita, quizás con menos calor y con el campo más verde.

Gracias a Carmela y Antonio por su hospitalidad. En Fuente de Cantos nos sentimos como en casa.